La Iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós acogió la noche del pasado martes el quinto gran concierto de la trigésimo cuarta edición del Festival Internacional en el Camino de Santiago (FICS) que organiza la Diputación de Huesca. En una edición marcada por la presencia transversal de Johann Sebastian Bach como epígrafe sonoro, la actuación del espectacular armonicista Antonio Serrano aportó un giro profundamente revelador e inesperado, aunque por otra parte ya era ‘más que esperado’ por todo su público. Con un programa íntegramente dedicado al gran maestro de Eisenach, Serrano rompió todos los prejuicios y mostró que la armónica cromática, lejos de los clichés populares que sólo la sitúan en contextos folclóricos o de jazz, puede ser también un instrumento de primer orden en la música clásica.
El más que bello concierto, que supuso el estreno de un nuevo programa para la ocasión, ofreció una experiencia única: escuchar ‘La Partita’ para flauta sola en la menor, BWV 1013, transcrita e interpretada con una naturalidad pasmosa por Serrano, y que sólo fue tocada hace unas semanas en la Fundación Juan March de Madrid. Considerada uno de los grandes monumentos del repertorio solista de viento, la pieza adquirió una nueva dimensión en las manos del músico madrileño. Lejos de forzar su estilo, Serrano apostó por una lectura transparente, despojada de afectación, y rica en matices, sencillez y pureza.
No se trató, pues, de un recital de virtuosismo gratuito ni de una exhibición técnica. Fue, ante todo, un acto de respeto hacia la música, un homenaje al compositor, y un auténtico regalo para todo el público que abarrotó la iglesia de Santa Cruz de la Serós. “Cuando interpreto música clásica intento quitarme de en medio y darle todo el protagonismo al autor”, explica el propio Serrano. Y eso fue precisamente lo que sucedió: no escuchamos tanto al intérprete como a Johann Sebastian Bach, hablando a través del aliento vibrante de una lúcida y trascendental armónica.
En sus propias palabras, este programa ha sido fruto de un recorrido personal y profesional en el que la música de Bach ha estado siempre presente, aunque en la intimidad del hogar. Fue el clavecinista Daniel Oyarzabal quien lo animó a salir de esa esfera privada para compartir este universo con el público. Fruto de esa colaboración nació un disco y una serie de conciertos que han acabado desembocando en el celebrado el pasado martes. Como siempre, Oyarzabal estuvo exquisito con el clave, conjugando con maestría tanto el global de las piezas como la arquitectura que sostuvo este gran directo para el recuerdo.
Cuidadosamente seleccionado, el repertorio mantuvo esa misma línea estética de sobriedad, emoción y rigor musical, poniendo en valor no sólo la capacidad técnica de ambos, sino también su voluntad de explorar caminos nuevos sin perder el vínculo con la tradición. Ambos artistas han estado siempre en contacto con las vanguardias, pero es esa doble raíz —curiosidad creativa y apego a lo esencial— lo que define la personalidad musical de ambos. Así, armónica y clave se fundieron para convertirse en un poderoso cruce de caminos entre lo antiguo y nuevo, lo culto y popular, lo íntimo y universal.
En cuanto al futuro de la música antigua, Serrano no se pronuncia como especialista, pero su intuición es más que certera: “Si después de 300 años esta música se sigue tocando, no creo que haya que preocuparse mucho por su futuro”. La afirmación, dicha con la naturalidad de quien respeta sin reverencia, resume el espíritu de este concierto: nada de imposturas ni etiquetas, y mucho de pasión, sencillez, gozo y humilde verdad.
El público de Santa Cruz de la Serós fue testigo de un encuentro único y sin artificios entre uno de los pilares del canon barroco y dos intérpretes que, sin alardes ni pretensiones, supieron abrir una gran ventana de aire fresco y jovial a un paisaje que creíamos ya conocido. Y es que, a veces, basta con cambiar el instrumento para volver a oír la voz de los grandes maestros como si fuera una vez primera.