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El violonchelo como voz mística y vehículo del viaje interior
Imagen: El violonchelo como voz mística y vehículo del viaje interior 05-08-2025

La Colegiata de Bolea acogió la tarde del pasado lunes el cuarto gran concierto de la trigésimo cuarta edición del Festival Internacional en el Camino de Santiago (FICS) que organiza la Diputación de Huesca. En el bello y sobrecogedor entorno, la excelente violonchelista y compositora Iris Azquinezer presentó ‘Hierro y Verde’, un programa introspectivo, delicado y profundamente espiritual que supuso el estreno en Aragón de su último trabajo discográfico. Este directo, cargado de simbolismo y emoción, fue mucho más que una interpretación musical: se trató de una experiencia sensorial y vital, una meditación sonora sobre el tránsito, el alma y el tiempo de los humanos.

‘Hierro y Verde’ cierra la trilogía discográfica que Azquinezer ha consagrado a las Suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach, un corpus que ha interpretado y expandido con obras propias compuestas en las mismas tonalidades que las originales del compositor alemán. Una labor sinestésica, donde cada tonalidad musical evoca un color, un estado anímico, una dimensión de la existencia. Tras ‘Azul y Jade’ (2014) y ‘Blanco y Oro’ (2019), este nuevo capítulo aborda las tonalidades de la quinta y la sexta suites como tránsito desde el inframundo hacia la trascendencia espiritual.

La velada se abrió con la quinta suite, una de las más densas y profundas del ciclo bachiano, con afinación escordatura que añade un tinte aún más oscuro a su sonoridad. La Sarabanda, de una intensidad casi mística, fue uno de los momentos más sobrecogedores del concierto. Iris Azquinezer desplegó un fraseo sobrio y emotivo, con una técnica depurada al servicio del discurso sonoro de Bach. La prestigiosa violonchelista no buscó el virtuosismo por sí mismo, sino la verdad sincera de cada nota, guiando al público con palabras previas que preparaban alma y oído para cada viaje musical compartido.

A continuación, entre las composiciones propias, brilló con luz personal de sello y estilo el ‘Entréme donde no supe’, pieza inspirada en el poema homónimo de San Juan de la Cruz que recitó cómplice y con pasión delante del altar de la Colegiata. Aquí el violonchelo se convirtió en voz mística, en vehículo de ascensión interior, en plegaria sonora. El uso del silencio, el tempo pausado, la tensión contenida y liberada con maestría, dejaron al público de Bolea conectado, feliz, agradecido y sin aliento.

La transición hacia la sexta suite, en re mayor, simbolizó el renacimiento, la luz tras la oscuridad. El verde vibrante de esta tonalidad, asociado por la artista a la espiritualidad luminosa, encontró en las trompetas celestiales de Bach un eco contemporáneo en el sonido pleno y jubiloso del violonchelo. El final fue un estallido de vida, una afirmación del gozo tras la catábasis, del arte como redención sonora.

Y es que, entre descensos y ascensos, el estilo interpretativo de Azquinezer toca fondo para moverse después entre la sobriedad expresiva y una sinceridad sin artificios. Cada frase es meditada, cada transición medida, cada silencio, significativo. Pero más allá de una ejecución impecable, lo que realmente cala es la disposición emocional con la que se entrega a cada obra. En tiempos donde la velocidad y la espectacularidad dominan la escena musical, este tipo de propuestas invitan a la escucha, al recogimiento y al viaje interior, todo un íntimo ritual a mayor gloria de Johann Sebastian Bach.

En esta edición del FICS, marcada por el homenaje transversal a la herencia del compositor, la propuesta de Azquinezer no solo encajó a la perfección, sino que se erigió como una de las más fieles y personales aproximaciones al genio de Eisenach. Ella no solo lo interpreta, lo vive, lo reinterpreta con respeto y coraje, y lo amplía a nuestro espacio y tiempo desde su sensibilidad creadora. La artista, en pleno proceso de gira con sus tres programas sobre las Suites de Bach y en vísperas del décimo aniversario de su dúo Zaruk, atraviesa un momento creativo de madurez. Y guarda en su mochila máximas que no le abandonan, porque la belleza, cuando se dice de verdad, encuentra siempre oídos que la escuchen. En este caso, en una Colegiata repleta y agradecida.