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Fiesta del canto y palabra como tránsito entre lo humano y lo divino
Imagen: Fiesta del canto y palabra como tránsito entre lo humano y lo divino 19-08-2025

La noche del pasado lunes, la iglesia del Carmen de Jaca acogió el decimosexto gran concierto de la trigésimo cuarta edición del Festival Internacional en el Camino de Santiago (FICS) que organiza la Diputación de Huesca. Fue el estreno en Aragón de ‘Amor místico’, un precioso y preciso proyecto que reúne a la mezzosoprano Beatriz Oleaga, la actriz Manuela Velasco y el conjunto La Ritirata, dirigido por el violonchelista Josetxu Obregón.

El título resume la esencia de una propuesta que ahonda en la intersección entre lo espiritual y lo sensorial, entre lo divino y lo humano, mediante el diálogo estrecho entre música y poesía, donde sus cuatro intérpretes han sabido desdibujarse y entregarse, cuidar y poner en valor este gran tesoro de partituras y versos. El entusiasta público jaqués asistió a una velada en la que arias, cantatas y piezas instrumentales del barroco hispano-italiano se entrelazaron con Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, María de Zayas y Lope de Vega, recitados con la gran sensibilidad y carisma de Velasco.

El concierto, concebido inicialmente por encargo de la Fundación Juan March hace un año dentro de su ciclo ‘Mil años de amor’, se presentó como un programa de contrastes: la retórica barroca se convierte en vehículo de trascendencia, y el fervor se expresa a través de recursos escénicos con los dardos de la música y la palabra. Como así fue, Oleaga subrayó que la obra está pensada para escucharse de un tirón y sin interrupciones, como un viaje continuo que une a todas las piezas en una sentida narración espiritual única. 

Uno de los grandes atractivos de ‘Amor místico’ es su repertorio, que combina nombres esenciales del barroco europeo con compositores españoles de enorme calidad pero aún poco frecuentados en los escenarios. El programa incluyó páginas de Juan Hidalgo, como la versión sacra de su célebre ‘Esperar, sentir, morir, adorar’, así como importantes rescates: cantatas al Santísimo Sacramento de Juan Manuel de la Puente y Francisco Hernández y Llana, interpretadas por primera vez en tiempos modernos.

A ellos se sumaron autores como José de Torres, Sebastián Durón o José de Supriano, junto a la elegante teatralidad de Antonio Caldara, compositor que revela una especial predilección por el diálogo entre voz y cello, fruto de su propia experiencia como intérprete. En estas arias con violoncello ‘obligado’ se produjo un intercambio fascinante: el canto de Oleaga encontró en el arco de Obregón un interlocutor íntimo y selecto que comenta, amplifica y hasta juega y contradice la expresión vocal, creando así un emocionante tejido de extraordinaria riqueza sonora y sentimental.      

Beatriz Oleaga se distingue por una cuidada atención al texto. Su dicción precisa y su fraseo flexible permiten que cada palabra conserve su fuerza retórica, como pedían los tratadistas barrocos. Así, Oleaga transmitió con detalles la hondura de cada afecto interno, súplica o arrebato místico. En su voz resuenan tanto la contemplativa dulzura como los destellos de una pasión, haciendo trascender al afectado público más allá de lo estético.    

La Ritirata, por su parte, vuelve a mostrar por qué se ha consolidado como uno de los grandes grupos de referencia en la interpretación historicista. Al frente del violoncello, Josetxu Obregón aportó como siempre su gran finura estilística, flexibilidad y temperamento expresivo. Un equilibrio perfecto conjugado con el clave maestro de Alberto Martínez Molina, atento, firme y sensible, e indispensable también en todo proyectos de gran formato.

El recitado de Manuela Velasco aportó la otra mitad de este programa híbrido: su voz, perfecta desde la vulnerabilidad, la naturalidad y el sentido dramático, convirtió los versos de Teresa de Jesús o de San Juan de la Cruz en auténticos puentes hacia la Música, sonando como si fueran nuevos. La alternancia de canto y palabra no rompió la continuidad, sino que fundió la idea de tránsito entre lo humano y lo divino, como si ambos lenguajes fueran parte de una misma tonada, de una misma plegaria. Velasco, Oleaga y La Ritirata lograron ese raro equilibrio entre rigor histórico y emoción directa, que convierte a un concierto en toda una experiencia transformadora, única e irrepetible.