La noche del pasado viernes, la Ciudadela de Jaca acogió el decimonoveno y último gran concierto de la trigésimo cuarta edición del Festival Internacional en el Camino de Santiago (FICS) que organiza la Diputación de Huesca. Fue uno de los momentos más esperados: la interpretación de los Carmina Burana medievales por la formación valenciana Capella de Ministrers, bajo la dirección del violagambista y musicólogo Carles Magraner. El público llenó la Plaza de los Polvorines para asistir a un programa singular, concebido especialmente para esta edición del festival, que ofreció un portentoso viaje a través de los cantos goliardos del siglo XIII, piezas que integran el célebre Codex Buranus.
Convertida en icono del siglo XX y en una de las partituras más reconocibles por el gran público, más allá de la popular versión orquestal de Carl Orff el conjunto planteó la posibilidad de redescubrir la raíz medieval de estos cantos, frescos y actuales en sus contenidos. Los goliardos, estudiantes errantes y clérigos rebeldes, dejaron testimonio escrito y musical de una sociedad contradictoria, apasionada y vital. A caballo entre lo profano y lo religioso, entre lo lírico y lo satírico, sus canciones constituyen lo que algunos historiadores han denominado la primera contracultura de Occidente.
La actuación en suelo jaqués suponía el estreno en Aragón de este programa, tras haber sido presentado en el Festival Internacional de Música Medieval y Renacentista Early Music Morella. El programa diseñado por Magraner desplegó un precioso y selecto mosaico sonoro que abordaba desde lo político y moral hasta lo romántico y festivo, con una clara intención de devolver al público la diversidad de voces y sensibilidades que encierra este manuscrito de total referencia y vigencia, como así se pudo disfrutar. La elección de distintas piezas anónimas no supuso obstáculo alguno para el lucimiento de todo el grupo, que dotó de vida y expresividad a cada pasaje y fragmento, subrayando su carácter popular, su ironía o su lirismo según el caso.
La interpretación se apoyó en un instrumental histórico cuidadosamente elegido: fídulas, percusiones, cítolas, laúd, flautas y, por supuesto, la viola da gamba del propio Magraner. Este despliegue tímbrico aportó color y textura, situando al oyente en una sonoridad que, aun lejana en el tiempo, resultaba sorprendentemente familiar y cercana. La voz, con un papel central, fue tratada con especial atención a la dicción y a la expresividad del texto latino, lo que permitió seguir los diferentes discursos con suma claridad, y conectar con la esencia y el sentido profundo ante el menú de estas piezas.
Sobria pero cargada de intención, la puesta en escena contribuyó a crear una atmósfera de concentración y, también, de contagiosa vitalidad. El recogido y la resonancia de la plaza envolvió a intérpretes y público, sumando todos los matices, y dotando a cada uno de los temas de un aura de majestuosa intemporalidad. El público respondió con una atención más que sostenida, cómplice y casi reverencial. Hubo momentos para la sonrisa ante las sátiras goliardas que ridiculizan la corrupción o exaltan lo mundano; y hubo instantes de silencio sobrecogido en las piezas de carácter más espiritual, como si se estuviera asistiendo a un relato y espejo lejano, pero a la vez vigente de nuestra condición humana.
Carles Magraner subrayó que el objetivo era rescatar la autenticidad de estos cantos, evitando la tentación de quedarse en lo pintoresco o anecdótico. El magnífico resultado confirmó esa intención: la música se presentó como un gran patrimonio vivo, capaz de interpelar —de mil maneras— al oyente contemporáneo. Quizá el secreto de su éxito fuera cómo la precisión técnica se combinaba con una apasionada ejecución, logrando regalar una experiencia que no solo recreaba un repertorio histórico, sino que lo revitalizaba multiplicado para el presente.
Una fascinante y poliédrica riqueza de perspectivas, escenario de un viaje por la Edad Media en el que los goliardos recobraron su fuerza contestataria, lirismo y poderosa frescura. Al término, los prolongados aplausos confirmaron la emoción y el agradecimiento del público jaqués, que había sido testigo de todo un ejercicio de memoria sonora, y de un espectáculo ético y estético de primera magnitud como broche de cierre y oro de una nueva edición del FICS.