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Pol Batlle y Rita Payés conquistan al público del SoNna Huesca
Imagen: Pol Batlle y Rita Payés en un momento de su actuación Pol Batlle y Rita Payés en un momento de su actuación 02-07-2023 Festival Sonna Huesca Oferta cultural

El SoNna Huesca 2023 ha comenzado por todo lo alto. Si el espectáculo inaugural del sábado recorrió, aunque renovados, los caminos musicales más clásicos del repertorio español de siempre, ayer el recital de Pol Batlle y Rita Payés en Alquézar invitó al público a sumergirse en sí mismo y a disfrutar con música experimental. El jazz electrónico e intimista que presentó la pareja –con formato de quinteto- logró cautivar al numeroso público que abarrotó el aforo. 

El espacio escénico elegido era abrumador. Las formaciones rocosas sobre las que se levanta el caserío de Alquézar presidían el recinto, instalado en el espacio Vicente Baldellou, a escasos metros de la llamada ruta de las Pasarelas de Alquézar, bajo su imponente colegiata. Allí donde la roca se abre en una cueva inmensa, que permite el paso a un fantástico mirador, se ubicó el concierto para disfrute de los músicos y del público.

El público y la organización esperaban un dúo, pero se encontraron con un quinteto al que se le habían añadido teclados, batería y bajo, además de la guitarra de Pol Batlle y del trombón de varas de Rita Payés. Batlle era el cabeza de cartel y ejerció como tal. Nada más comenzar preguntó al público sobre el sentido de la vida y fue dejando reflexiones inconexas que terminaba con una nota de humor. El catalán prepara una atmósfera intimista en la que luego tiene cabida su música, de aparente sencillez, pero magistralmente trabajada. 

La música de Pol Batlle, para la que no se nos ocurre mejor etiqueta que la de jazz electrónico, es fácil de digerir por su sencillez compleja, y así sucedió ayer. Parte del público disfrutó como se disfruta de una obra de arte abstracto, que no se llega a comprender muy bien, pero que uno sabe que le gusta. Y que le pase eso a Pol Batlle no es fácil. Sobre todo, como ironizó al principio, lejos de su zona de confort (Barcelona y Cataluña). “¿Qué me han llamado para tocar en Huesca? ¿A mí? ¿Pero están seguros?”. 

Batlle interpretó composiciones propias, incluida una canción dedicada a su pequeña Djuna, de solo dos años. “Eso sí que da sentido a la vida”, dijo, poco antes de tocar la composición que le dedicó su madre, Rita Payés, pareja musical y de vida, que en esta ocasión se quedó en un discreto y maravilloso segundo plano. Uno y otro hacían de las segundas voces un verdadero arte. En realidad eran cinco virtuosos atemperados en una sencillez compleja difícil de explicar y realmente fácil de escuchar. Cuando uno ve arte abstracto se imagina todo el camino que ha llevado el pintor hasta llegar allí. Y eso fue lo que entendió el público, que disfrutó de temas aparentemente desestructurados, pero compuestos tan al milímetro que hasta el silencio se convertía en un mazazo. 

Batlle habló del alzheimer que ha sufrido en carne casi propia y también tuvo un hueco (La manzana) para el compositor Gabriel Hernández, el padre de los Maestro Espada, que visitaron el SoNna Huesca el año pasado. Todo lo hizo como quien no quiere la cosa, tímido, ensimismado, pero con la entrega de un niño.     

En ese ambiente íntimo y extraño a la vez, Batlle dio las gracias por un festival “increíble” en plena naturaleza. Extrañado por el éxito de público; “hemos tocado en Madrid con mucha menos gente”, el catalán parecía dar las gracias porque en Huesca se apreciara su arte. Y esa humildad es la que quizá llegó al público, que le devolvió con creces los gestos de admiración.