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La llegada de agua potable con la cooperación altoaragonesa da un giro a la vida en las zonas más vulnerables de Etiopía
Imagen: Las caras de alegría de los vecinos de esta región al ver caer agua limpia Las caras de alegría de los vecinos de esta región al ver caer agua limpia 13-07-2019 Cooperación Internacional

Al consultar Kotoroletk en Internet no se obtienen datos ni localización alguna en la búsqueda. Detrás de este nombre no se encuentra una rara especie de ave tropical, ni es la clave para descubrir esa isla donde se rueda la siguiente serie de moda, Kotoroletk se sitúa lejos de los focos. Se trata de una localidad rural etíope situada en la parte noroeste del país se dedica principalmente a la agricultura, recolección de frutos silvestres y a la cría de algunas cabezas de ganado y cuenta con cerca de 2.500 habitantes, en su mayoría no llegan a los 30 años en familias de unos siete integrantes.

Sin embargo, la esperanza de vida apenas sobrepasa los 40 años -al igual que en el resto de su región-, en gran parte por la falta un recurso indispensable para la vida al que solo tiene acceso el 20% de la población total del país. Las organizaciones sin ánimo de lucro que trabajan en Etiopía coinciden en que la escasez de este recurso hídrico es un problema que afecta a la superficie ya que, según estudios hidrológicos, la cantidad de agua subterránea existente en el país es suficiente para suministrar agua potable a toda la población (unos 70 millones de personas).

Este panorama se vio agravado en 2016 por el fenómeno El Niño, causante de más de una anomalía climática en el mundo y responsable en esta ocasión de la sequía más grave que ha padecido Etiopía en los últimos 50 años. Desde entonces, el deterioro del suelo en un país que carece de infraestructura y cuya economía depende mayoritariamente del régimen de lluvias ha conducido a más hambruna y ha provocado brotes de violencia entre distintas etnias, acentuados en zonas rurales y fronterizas. 

Dos fuentes de agua subterránea situadas a tres kilómetros de la población proporcionan un día a día radicalmente distinto en la comarca de Kotoroletk

Con un presupuesto de 10.000 euros y sin grandes proezas de ingeniería, a día de hoy dos fuentes de agua subterránea situadas a tres kilómetros de la población proporcionan un día a día radicalmente distinto en la comarca de Kotoroletk. Mediante un sistema de bombeo manual, representan el sueño cumplido de una comunidad que puede comenzar a gestionarse y funcionar de otro modo. Su reacción al obtener agua limpia "fue como la de encontrar petróleo", describe Irene Domínguez, responsable de la Fundación Canfranc, que trabaja en la zona desde 2016 volcada en el objetivo de favorecer el acceso al agua potable en la región de Benishangul Gumuz.

Este proyecto, financiado por la DPH al 80%, forma parte de la treintena de proyectos que se llevan a cabo con estas ayudas de cooperación al desarrollo para salvar las grandes diferencias que en materia de nutrición infantil, educación, salud, vivienda, higiene o seguridad alimenticia existen entre los países del mundo. Este año son 230.000 euros los destinados a colaborar con nuevas iniciativas que generen ingresos económicos para sus habitantes y ofrecer continuidad a otras dirigidas a defender los derechos humanos donde todavía no se respetan, entre otros muchos fines.

A la hora de desarrollar proyectos es habitual que las organizaciones altoargonesas se apoyan en una contraparte local, con experiencia en el terreno, reconocida en el propio país y que actúa de intermediario. En este caso es la ong Amigos de Silva, que ya cuenta con más de diez años trabajando en el campo de la salubridad alimenticia, higiene y sanidad en Etiopía. Será el tercero de estas características en el que Fundación Canfranc y Amigos de Silva se embarcan juntos. La anterior colaboración se produjo en 2017 con la instalación de dos pozos de agua en las poblaciones de Dabogirogis y en Guba School. "Fue entonces cuando comprobamos la necesidad urgente de mejorar el acceso al agua potable en esa zona y el interés de los beneficiarios y de las autoridades locales y regionales respectivas por ello", relata Irene.

Mayor esperanza de vida y en materia agrícola
La nueva situación ha traído grandes esperanzas para la comunidad de Korolotetk y en particular para las mujeres y niñas, porque ellas son las encargadas en el día de día de obtener este recurso y de utilizarlo para la preparación de la comida. Algo que durante mucho tiempo les ha obligado a invertir más seis horas diarias en el camino. "Aunque esto siga perdurando, las nuevas condiciones y reducir el camino a poco más de media hora permitirá que las jóvenes puedan asistir a la escuela cada mañana", apuntan desde la Fundación Canfranc.

Uno de los problemas detectados en la zona era que la falta de agua les empujaba a embalsar la de las escasas lluvias en pequeñas hondonadas improvisadas en el suelo. "Estos charcos eran usados también por los animales y se convertían en un foco de enfermedades para la propia comunidad, de donde partían muchos casos de diarrea y cólera provocados por la ingesta de ese agua sucia", precisa Irene, quien el grado de implicación local en el proyecto que cuenta con las misioneras combonianas, residentes en la zona, que colaboran junto con miembros locales del comité de gestión de los pozos en mantener las condiciones sanitarias, recoger una pequeña cuota y dar cuenta a las autoridades locales de su estado y control de los requisitos estipulados.

Precisamente la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y las prioridades geográficas y sectoriales de la Cooperación Aragonesa para el desarrollo 2016- 2019 recogen como tarea urgente el garantizar la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y saneamiento.

Se espera que este proyecto incida pronto tanto en el descenso de la tasa de mortalidad como en la mejorar la salud y calidad de vida toda la población

El siguiente paso consiste en recoger los resultados de un proyecto del que se espera incida pronto tanto en el descenso de la tasa de mortalidad como en la mejorar la salud y calidad de vida toda la población, con un impacto social que puede hacerse extensible a la zona de Metekel de más de 354.000 habitantes. A medida que avancen en mejorar el acceso de la población a agua potable, se abre la posibilidad a la formación sobre el cultivo de regadío para impulsar huertos familiar. Algo que, como confirma Irene, "hasta el momento era impensable y que puede traer enormes beneficios para combatir la desnutrición".

Un nuevo horizonte en que las mujeres, el género más excluido y discriminado de la dinámica social etíope y que representan la mitad de la población, tendría el papel el motor de cambio tratándose de las más familiarizadas con el cultivo y los cuidados alimenticios.

En la actualidad, el trabajo que Fundación Canfranc y Amigos de Silva llevan a cabo en la región de Benishangul Gumez centran sus esfuerzos en apoyar aquellos núcleos rurales aislados que, como Kotoroletk, se convierten en las más vulnerables cuando circunstancias adversas como la sequía les azotan. En Kotoloretk, las actuales dificultades climatológicas se recrudecen por el hecho de encontrarse a unos 600 kilómetros de la capital de Addis Abeba.

"El desplazamiento por carretera es muy complicado y se tarda casi un día en coche", precisa Irene Domínguez para evidenciar que esta situación provoca que infecciones o enfermedades se puedan volver mortales por falta de medios en el terreno y la dificultad para trasladarse. Una situación que afecta más si cabe a las regiones rurales menos desarrolladas que "han sido dejadas a su suerte por los gobiernos pasados y donde las grandes oenegés tampoco llegan", y a la vez recuerda que el problema de fondo "radica no tanto por la falta agua por circunstancias recurrentes como las sequías, más bien por la carencia de recursos materiales y económicos para construir infraestructuras que hagan llegar ese bien todavía tan preciado para los etíopes".