La trufa negra, cuyo nombre científico es Tuber melanosporum Vittad, es la fructificación de un hongo hipogeo (se desarrolla bajo tierra) que se asocia simbióticamente con la raíz de diferentes especies forestales, como son la encina o carrasca, quejigo, coscoja, robles, avellanos… siendo en la proximidad de sus raíces donde se recolecta. El árbol y su área superficial de recolección se denomina «trufera».
Esta simbiosis implica una relación de mutua necesidad. Las truferas se desarrollan normalmente en suelos pobres, por lo que carecen de nutrientes esenciales para la supervivencia del árbol. El hongo aporta a la planta todo lo que ésta no es capaz de asimilar directamente del suelo, y, además, reviste su raíz con el micelio proporcionándole protección, formando las micorrizas.
A cambio la planta ofrece al hongo aquellos productos que él no es capaz de sintetizar y un sustrato sobre el que poder reproducirse.
Este estrecho equilibrio de necesidad es bastante inestable, factor que hace que la truficultura sea una actividad difícil, sumamente influenciada por factores incontrolables como el clima, y por aquellas actuaciones sobre el cultivo que puedan condicionar y comprometer su éxito.