La producción de alimentos es responsable de entre un cuarto y un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero.
La ganadería industrial insostenible es uno de los principales sectores que más contribuyen negativamente al cambio climático, a la contaminación del aire, del agua y del suelo y la deforestación y el agotamiento de recursos. El 70% de los terrenos de cultivo agrícola a nivel mundial se destinan a alimentar al ganado y no a las personas. Si todos los cultivos destinados a alimentar al ganado se destinaran a la alimentación humana, se podrían alimentar a 4.000 millones de personas más. Además, los animales criados para consumo humano son uno de los principales demandantes de agua. Tanto es así que globalmente, la agricultura y la ganadería consumen el 70% de las reservas de agua dulce, un recurso cada vez más preciado y escaso.
Hay que tener en cuenta, también, que muchos de los incendios que ocurren en todo el mundo están provocados intencionadamente para convertir los terrenos en explotaciones ganaderas y agrícolas, para producir piensos para los animales que comemos. En Amazonas la industria ganadera es responsable del 90% de la deforestación. Las selvas tropicales y los bosques que todavía quedan podrían desaparecer en menos de 100 años.
Cuando comas carne o productos lácteos, asegúrate de que han sido producidos localmente, de forma respetuosa con el medio, que el ganado ha podido pastar libremente y que se ha tenido en cuenta el bienestar animal. Adoptar una dieta de salud planetaria supone, entre otras, la reducción del consumo de carne y otros productos de origen animal, junto con la progresiva eliminación de las explotaciones ganaderas industriales y la promoción de la ganadera extensiva de base agroecológica. Los productos así obtenidos no sólo son mejores para el planeta sino también para tu salud.
Sin embargo, cabe decir que no toda la deforestación es atribuible al consumo de carne. Productos de origen vegetal vinculados a dietas saludables y considerados “superalimentos” como el aguacate, la quinoa o la leche de coco también tienen graves impactos ambientales, sobre todo cuando vienen de lejos. El incremento en su demanda es causante de graves problemas ambientales y sociales. Lo mismo ocurre con el aceite de palma, que encontramos en multitud de productos de alimentación o de cosmética, y con otros productos como la soja o incluso con el biodiésel.