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Travis Birds rectifica de sal el SoNna Huesca
Imagen: Travis Birds rectifica de sal el SoNna Huesca 15-08-2021 Oferta cultural

Tras un calor abrasador que había convertido Naval en un horno para hacer cerámica sin necesidad de más infraestructura, el ambiente se refrescó lo justo para poder disfrutar de un recital al que solo le sobraron los mosquitos, a pesar de que ya entraban en el guión. En el Salinar de Naval, Travis Birds iba a presentar su último trabajo, La Costa de los Mosquitos, y a repasar su Año X, para deleite de un público con una entrega proporcional a la que regaló la madrileña, que en los bises confesaría haber vivido un concierto mágico.

Travis Birds tiene ese aire de chica mala de Leganés, esa expresión de haber frecuentado compañías raras y haber acabado el instituto con veinte años, y la vez un aspecto angelical, con la sonrisa por bandera, que en ese cuerpo menudo la convierte en niña. De hecho, Travis Birds nació hace diez años, aunque ya haya cumplido treinta. Tras una crisis existencial decidió cambiarse el nombre e iniciar una nueva vida. No sabemos si la culpa fue de aquel profesor del que se enamoró o fue del tal Eduardo, al que le metían mano por debajo del mantel y estaba “acojonado”. A ambos los presentó al público y al público no se le olvidarán sus caras; ni la del profesor, ni la de Eduardo. Porque Travis tiene algo que hace que la quieras, que salga de ti un instinto protector.

Travis era el nombre de aquel personaje inquietante de Taxi Driver interpretado magistralmente por Robert de Niro. Pero la niña de Leganés no está loca, aunque haya tenido su propio Vietnam. Su voz arrastrada, su estilo personal e intransferible, a veces aflamencado, a veces rockero y otras bolero, que la hace especial. Es un soplo de aire fresco –si es que puede usarse esa expresión durante estos días- en forma de viaje introspectivo, de voz casi rasgada y de desnudez sobre el escenario. “¡Grande Travis!” se oía una y otra vez desde el público, y la pequeña Travis se fue agigantando hasta atraparlo todo, hasta los mosquitos. 

La sensación que tuvieron los espectadores fue de haber descubierto algo grande. De que dentro de muy poco tiempo, Travis cumplirá 31 y asumirá su carisma algo mesiánico, que parece que inunde todo de palabras nuevas, aunque sean las mismas de siempre. El postre que cerró el banquete fue, cómo no, Coyotes, que se coreó con ganas, y una versión de Walk on the wild side, de Lou Reed, que se impuso a la melancolía y cerró en todo lo alto. 

El público asistió, por otra parte, a lo que por vez primera en el SoNna Huesca pareció de verdad un concierto pre pandemia a pesar de estar sentado. Y todo porque había una barra de bar y una terraza inmensa, la del Salinar de Naval, que lucía espléndido, igual que la iglesia iluminada de Santa María la Mayor, que coronaba el escenario. Como el concierto se retrasó una hora, el público amainó el sofoco en el complejo de El Salinar antes de recorrer los 25 metros que lo separaban del escenario y eso, la verdad, se pareció bastante a aquella vieja normalidad.


De La Ribagorza al Somontano 

El dúo Dani Escolano y Pato Badián recorrió el jueves los paisajes emocionales de la cantante argentina afincada en Zaragoza desde hace 20 años, Patricia -Pato- Badián Kosman, y transportó al público, que prácticamente llenaba el recinto preparado en las inmediaciones del Sendero Mirador del Isábena (Bonansa-Laspaúles), a escenarios europeos y americanos del siglo XX en un viaje sentimental difícil de olvidar. El violonchelo -y la guitarra- de Dani Escolano, un profesor de música afincado en Fiscal (Huesca) que fue violonchelo solista en la orquesta del Liceo de Barcelona, fueron los medios de transporte que usó la argentina para viajar en el tiempo y en el espacio, y presentar el recital “Maletas vacías”, una mezcla de historias familiares y a la vez universales que se contaron en clave de tango, de jazz y de canciones eternas. 


En el espacio protegido de las gargantas de Obarra, zona de especial protección para las aves, el Pito real, el Pico picapinos, los reyezuelos y los piquituertos se empeñaban en ayudar al dúo cuando entonaban “Pájaros perdidos”. El Festival Sonidos en la Naturaleza, SoNna Huesca, vincula arte y paisaje, naturaleza y música, y las más de las veces, combina los sonidos propios del entorno con otros que se llevan a él. La propia Travis Birds reconocía el sábado que no había tocado nunca en un sitio en el que sonaran tantos grillos. Y es que se había hecho de noche.

La ORT en el Pla de Senarta

Al día siguiente, viernes, el festival cambiaba de valle para albergar un concierto para recordar de tres maestros de la música que usan cualquier cosa que puedan hacer sonar. La Orquesta Reusónica Trío-ORT ofreció un magnífico recital de jazz-folk, si es que puede llamarse así su música ecológica, en el Pla de Senarta (Benasque), ante un público agradecido desde el inicio. 

Sorprendió Xavi Lozano, integrante en su día de la banda de Eliseo Parra, capaz de convertir en flauta cualquier cosa: desde una barra de futbolín con jugadores azulgranas que usó hábil para ganarse al público oscense, a una valla de obra agujereada “que un día cupo en mi coche”.

El italiano Rocco Papia, con su guitarra acústica, marcó el guion de un repertorio dedicado al mar que fue de Brasil a India, pasando por Sicilia y Castilla. Papia tocó una kora fabricada con una lata de café y transformó una tabla de surf en una especie de salterio indio. El percusionista Antonio Sánchez completaba el espectáculo sonoro sacudiendo manojos de llaveros, rasgando botellas de Anís y usando una batería sui generis en la que el bombo era una vieja maleta. Lo cierto es que no daba tiempo a ver qué demonios tocaba en cada momento. 

A pesar de su aspecto chiripitifláutico, Antonio Sánchez -como Lozano y Papia-es un virtuoso que formó parte en su día, como Xavi Lozano, de las bandas de Eliseo Parra y Tactequeté, y ha trajabado con gente tan dispar como Silvia Pérez Cruz, La Fura dels Baus, la Compañía Nacional de Danza o Kepa Junquera. Un profesor de música que parecía un niño con un montón de cachivaches para hacer sonar.
 
El recital buscó concienciar al público sobre cómo estamos destruyendo el mar. “Cada minuto se descarga en el mar un camión lleno de plásticos”, dijo Rocco Papia. Poco después se marcó un solo con un vibráfono hecho con botellas de plástico de coca-cola. Hay plásticos que cobran nuevos usos, pero “¿cuántos vibráfonos podemos hacernos cada uno? Hay que dejar de usarlos, hay que dejar de fabricarlos”, repitió con la aquiescencia del público. Pero no fue un sermón. Fue buena y divertida música.